Hoy me desperté a las 7.30 am, como es costumbre hace unos meses. Camila seguía dormida con la boca entre abierta y enredada en el edredón verde limón con bordados de mariposas. Fui a la cocina, como es costumbre hace varios años, a preparar el jugo de papaya con limón que tomamos todos en esta casa, pero a mí me sale más rico, según mis embaucadores roomates. Mientras preparaba el tradicional brebaje, recordé una de mis últimas anécdotas domésticas. Camila, luego de algunas frustraciones usuales del aspecto femenino, había decidido comprarse cera para untársela en las piernas y acabar de raíz con el problema. Yo que había tenido una dificultosa infancia en relación a estos temas (brackets, pelo esponjoso, etc, etc) y poca asesoría práctica de parte de mi madre, me solidaricé con ella como es debido y la llevé a comprar la justificada herramienta. Luego de realizada la misión, dejé a Camila en la casa de sus abuelas, es decir, mi abuela y la suya ó mejor dicho su bisabuela y su abuela, donde por cierto tengo la suerte de poder dejarla sabiendo que estará cuidada, querida y protegida de todo mal. Ahí la pasa muy bien, le preparan lo que le gusta, la llevan al cine y tiene la suerte de compartir la sosegada vida que tienen en común.
Partí hacia alguna diligencia, como es costumbre (yo no pertenezco al grupo de las privilegiadas lamentablemente). Demoré algo más de lo debido y cuando volví, Camila y mi mamá estaban sentadas en su cama, mirándose asustadas entre ellas y hacia las piernas verdes y endurecidas de Camila. Primero emití la risotada respectiva sin mayor sobresalto ni aflicción. Me acerqué a demostrarles con ostentosa ecuanimidad cómo se debía arrancar la cera. Cuando intenté sacar el primer pedazo, Camila gritó. En el segundo intento Camila gritó más, y así entre gritos y el estrés preliminar a una noche que se iba vislumbrando complicada, mi mamá me explicaba que lo habían intentado de varias maneras, que habían estado en la labor desde hacía tres horas atrás. Camila entre sollozos, decía lo mismo, que no soportaba el dolor y que no podía: “No puedo ma, no puedo , me duele ma”.
Yo miraba sus piernas envueltas en esa lámina verde, que hasta hace unas horas no representaba más que un inofensivo ritual, cuando entonces comprendí el problema. El error había sido ponerle el mejunje de una sola vez y en un área tan grande. Se había secado demasiado no convenientemente y no había otra forma de resolverlo que tirar de ella pedazo a pedazo, grito a grito, retorcida tras retorcida mientras un ejército de lágrimas entraban por los pucheros estrella de la tradición camilicious. Yo tenía erizados todos los bellos y no bellos del cuerpo. Camila luchaba por convencerme que no había engrimiento ni táctica detrás de sus genuinos lamentos. Yo tenía hambre, sueño y miraba el reloj, 9pm. Me repetía a mi misma: "Fucking cera". Una minicarcajada emergía derepente. No sé si de nervios ó de puro sometimiento con la vida materna. Ella que decía: "No te rías", con cara de llanto y otra de esas risas pero solapada en sus comisuras tembleques. Sus párpados cada vez mas inyectados me fueron convenciendo. Esto era cuestión de paciencia. Nada que no cure un abrazo, una buena apapachada y un: "mala cera, mala" Y así pedacito a pedacito, maldeciendo juntas la hora en que llevamos a cabo con inocencia la nefasta compra, llegamos hasta el último centímetro de muslo. Qué alivio.
Memorables pucheros los de aquella irritante y a la vez conmovedora sesión trunca de bélico afán estético femenino. Luego de una testaruda resistencia e impacientes llamadas de atención al valor, terminé por sucumbir al profundo instinto de mamá Ingles, que se esconde bajo los rasgos de bruja, característicos de la mamacita soltera.
Partí hacia alguna diligencia, como es costumbre (yo no pertenezco al grupo de las privilegiadas lamentablemente). Demoré algo más de lo debido y cuando volví, Camila y mi mamá estaban sentadas en su cama, mirándose asustadas entre ellas y hacia las piernas verdes y endurecidas de Camila. Primero emití la risotada respectiva sin mayor sobresalto ni aflicción. Me acerqué a demostrarles con ostentosa ecuanimidad cómo se debía arrancar la cera. Cuando intenté sacar el primer pedazo, Camila gritó. En el segundo intento Camila gritó más, y así entre gritos y el estrés preliminar a una noche que se iba vislumbrando complicada, mi mamá me explicaba que lo habían intentado de varias maneras, que habían estado en la labor desde hacía tres horas atrás. Camila entre sollozos, decía lo mismo, que no soportaba el dolor y que no podía: “No puedo ma, no puedo , me duele ma”.
Yo miraba sus piernas envueltas en esa lámina verde, que hasta hace unas horas no representaba más que un inofensivo ritual, cuando entonces comprendí el problema. El error había sido ponerle el mejunje de una sola vez y en un área tan grande. Se había secado demasiado no convenientemente y no había otra forma de resolverlo que tirar de ella pedazo a pedazo, grito a grito, retorcida tras retorcida mientras un ejército de lágrimas entraban por los pucheros estrella de la tradición camilicious. Yo tenía erizados todos los bellos y no bellos del cuerpo. Camila luchaba por convencerme que no había engrimiento ni táctica detrás de sus genuinos lamentos. Yo tenía hambre, sueño y miraba el reloj, 9pm. Me repetía a mi misma: "Fucking cera". Una minicarcajada emergía derepente. No sé si de nervios ó de puro sometimiento con la vida materna. Ella que decía: "No te rías", con cara de llanto y otra de esas risas pero solapada en sus comisuras tembleques. Sus párpados cada vez mas inyectados me fueron convenciendo. Esto era cuestión de paciencia. Nada que no cure un abrazo, una buena apapachada y un: "mala cera, mala" Y así pedacito a pedacito, maldeciendo juntas la hora en que llevamos a cabo con inocencia la nefasta compra, llegamos hasta el último centímetro de muslo. Qué alivio.
Memorables pucheros los de aquella irritante y a la vez conmovedora sesión trunca de bélico afán estético femenino. Luego de una testaruda resistencia e impacientes llamadas de atención al valor, terminé por sucumbir al profundo instinto de mamá Ingles, que se esconde bajo los rasgos de bruja, característicos de la mamacita soltera.
Camila se despertó, voy a servirle su jugo.
me he reido con la anécdota, cada día escribes mejor, Lalita. Un beso enorme.
ResponderEliminarNo sabía que la otra "mamacita soltera" tuviera una prosa apetecible también. Linda foto.
ResponderEliminarSaludos...
gracias chicos!
ResponderEliminarde verdad que desde el día que leí todas tus vivencias y tu día a día, sentí que mi caso es el mismo pero con la únik diferencia es que aún tengo miedo de lo que vendra mas adelante q mi bb crezca, tiene 4 años y siempre me dice que quiere un familia, salir a pasear, estar en casa y solo me pongo muy triste pensando que quizás mis errores ahora la dañan a ella...gracias porq leyendo tu blog aprendo cada día más....
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