miércoles, 14 de enero de 2009

LAS ABUELAS

Yo vivo en Rodolfo Rutté. La misma calle donde vivió mi bisabuela de parte de abuelo, mi bisabuela de parte de abuela, mi abuela de parte de madre, mi madre y mi tía abuela.
Aquí el tiempo se ha detenido en un ritmo muy pausado y un escenario poblado de señoras de pelos ondulados recogidos sobre el cuello, vestidos floreados, largos hasta las pantorrillas gordas que descanzan sobre sus pies con chanclas. Así como Nora; mi tía abuela, Vilma la vecina y Aida la otra vecina que siempre mira desde su valcón y núnca saluda.
Hoy es 14 de Enero del 2009, han pasado 12 años desde el 96, 12 años y miles de planes y cambios que al final me condujeron a esta misma casa que alberga a mi familia y compañeros desde hace más de 80 años. La última de las casas donde pensé aterrizar, quizá por miedo a convertirme en una de esas señoras que ahora comparten conmigo la cotidianidad y con un saludo me hacen caer en cuenta del vestido floreado que llevo puesto, o la actividad ordinaria que estoy realizando, como comprar en la bodega el papel de Navidad para mi naciemiento.
Generaciones de madres de mi familia han pasado por esta casa. Han cocinado al medio día el almuerzo mientras escuchaban el sonido de las voces de las casas aledañas subiendo por los conductos de ventilación, entrando por las ventanas, traspasando paredes y techos. Con el televisor encendido para no perderse la novela, ó escuchando las canciones que las transportaban donde sus sueños no alcanzaron a llevarlas. Celebrando la ceremonia de la vida, mientras yo ahora hago un alto y corro al espejo a ver si ya me convertí, si me veo igual que ellas a pesar de mis esfuerzos por correr en el sentido contrario.
Escucho la voz de Camila contándole a Nora lo bien que salió en el colegio. Ella le pregunta que cocinaré yo. Camila contesta que guiso de atún y confirmo que sí; soy una más, una más de estas madres de clase media en una calle de Magdalena, interpretando la rutina universal del individuo común y silvestre.
Salvo las manchas de pintura en mis manos rescatándome del medio día inherente a la comunidad rodolforutiana, soy la misma, una copia de mis predecesoras, desde la más sumisa hasta la más revelde, desde la más abnegada y conforme, hasta la más reacia a ser lo que uno es: "Una madre que cocina".
Son la 1.30 y debo enjuagar los pinceles. Abandonar el viaje de lilas para entrar en los rojos del tomate que debo picar y el verde de la albahaca que me encanta en la salsa roja.

1 comentario: